Hablo de sensaciones. Una de las sensaciones que tuve al
visitar Cuba, fue la de estar en una dictadura cariñosa. La dictadura del padre
hacia el hijo, la que se basa en una preocupación por creer que el retoño aún
no está preparado para tomar sus propias decisiones, y por tanto el padre debe
seguir tomando las decisiones por él, aunque él no quiera.
El hijo (los cubanos) a veces protesta porque no les gustan
las decisiones del padre, pero siempre acaban siendo comprensivos pues sabe que
el padre en el fondo no lo hace con mala intención.
El padre (el estado cubano) intenta seguir educando en los
principios de la revolución a unos hijos que a veces le acaban dando la razón,
y otras veces le mienten y le hacen trampas para salirse con la suya.
El sistema cubano es autoritario en muchos aspectos (sin
entrar a valorar este aspecto) pero a los cubanos, incluyendo a los más críticos,
no les gusta que otros vengan a criticar a su padre, pues al fin y al cabo la
familia es la familia, y si algo tienen los cubanos grabado a fuego, es el carácter
contestatario ante las interpretaciones sobre ellos que se hacen desde otros
contextos.
Así es como lo sentí, no parecía haber una patente maldad en
los mandatarios cubanos y su omnipresente estado (de haberla habido estos 50
años, sería estúpido el nivel educativo que han alcanzado en el país). Pero si sentí
que quizás se resisten a aceptar que su tiempo ya pasó, que son mayores e
hicieron lo que pudieron, pero que deben dejar a los hijos que decidan por si
mismos aunque intuyan que no les gustaran las decisiones.
Y que los guerrilleros
quizás solo sirvan para hacer guerrillas y derrocar regímenes opresores, no
para dirigir sociedades y enquistarse en el poder. Quizás el Che lo supo ver, y
por eso abandono sus cargos políticos y se fue a morir en una selva perdida de
Bolivia siendo lo que mejor supo ser en su vida, un guerrillero.
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