domingo, 15 de febrero de 2015

Con los dedos oliendo a Mexico

Llegamos a Tulum después de todo el día volando, esperando maletas, agarrando autobuses, etc. Son las 9 de la noche, y me bajo a la calle solo a buscar algo de cenar antes de ir a dormir. Tengo esa sensación alegre de haber regresado de viaje a un lugar que conoces aunque sea poco. Diviso a lo lejos un puesto callejero de tacos, el carrito con ruedas, la mesita al lado, la música sonando en la radio, todo me resulta gratamente familiar. Me siento y le pregunto al taquero de que tiene, y a cuanto los da (así hay que preguntar en México). Me responde con esa amabilidad inherente a los mexicanos, y le digo que me ponga uno de maciza, y otro de pastor. Me los sirve en seguida. En la radio suenan música banda, y mientras el cantante de turno canta sus penas y despechos por una ingrata mujer que lo ha traicionado, le pongo limoncito, cebolla con cilantro y salsa picante a los tacos y me los como. Que delicia. Si hay algo insalvable de cuba es su gastronomía, no hay por donde salvarla.

Acabo de comer, le pago y me despido. Por el camino de regreso a casa, me huelo los dedos y me inunda una sensación de alegría y bienestar. Y así, con los dedos oliendo a limón, a maíz y a carne de res, me voy a dormir. Con los dedos oliendo a México.

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