Llegamos a Tulum después de todo
el día volando, esperando maletas, agarrando autobuses, etc. Son las 9 de la
noche, y me bajo a la calle solo a buscar algo de cenar antes de ir a dormir.
Tengo esa sensación alegre de haber regresado de viaje a un lugar que conoces
aunque sea poco. Diviso a lo lejos un puesto callejero de tacos, el carrito con
ruedas, la mesita al lado, la música sonando en la radio, todo me resulta gratamente
familiar. Me siento y le pregunto al taquero de que tiene, y a cuanto los da (así
hay que preguntar en México). Me responde con esa amabilidad inherente a los
mexicanos, y le digo que me ponga uno de maciza, y otro de pastor. Me los sirve
en seguida. En la radio suenan música banda, y mientras el cantante de turno
canta sus penas y despechos por una ingrata mujer que lo ha traicionado, le
pongo limoncito, cebolla con cilantro y salsa picante a los tacos y me los
como. Que delicia. Si hay algo insalvable de cuba es su gastronomía, no hay por
donde salvarla.
Acabo de comer, le pago y me
despido. Por el camino de regreso a casa, me huelo los dedos y me inunda una sensación
de alegría y bienestar. Y así, con los dedos oliendo a limón, a maíz y a carne
de res, me voy a dormir. Con los dedos oliendo a México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario