Nací y crecí siendo un urbanita. Poco importa que viviera
desde los 15 en una casa de campo, pues de campo solo tenía el nombre. Me
refiero a que jamás tuve un contacto cercano con la vida rural ni lo que
implica. El único nexo era esporádico y lo representaban mis abuelos. En verano
íbamos ayudarles a recoger la almendra. Pero yo era pequeño y solo jugaba con
mis primos y primas.
Las alegrías y disgustos, los sinsabores y las recompensas
internas de mis abuelos nunca las comprendí, como el que no comprende mucho a
gente de otras culturas. Chiapas me ha servido entre otras cosas para
reconciliarme con mis abuelos. Manda cojones que entiendas mejor a alguien
cuando te vas 10.000 km lejos de él. No intenten planificar esta vida.
Por no alargar el cuento, hoy quería hablar de una
chayotera. En casa lo único que tenemos plantado es una pinche chayotera que
crece como las habichuelas mágicas del cuento. De verdad crece 15 cm diarios,
si tienes paciencia y la miras, la puedes ver crecer. Fíjense un cierto deje de
orgullo cuando hablo de la chayotera. Ese es el primer punto de comprensión con
mis abuelos, el orgullo de un cultivo.
La pinche chayotera da chayotes a cientos, no la regamos,
tiene medio metro cuadrado de tierra rodeada de hormigón, no la podamos, de hecho
nuestro único trabajo es intentar que no nos invada la casa.
El otro día me día al
ardua labor de recolectar todos los frutos que tiene, acopiarlos y empezar a
pensar que hacer con eso.
Cosas en las que he recapacitado estas semanas.
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Supongo que para la gente de campo esta sensación
no es tan intensa, pero para un urbanita hay algo cojonudo en estar en casa, ir
afuera, agarrar algo comestible de una planta, e ir a cocinarlo y comer. Es
algo casi mágico, como no poder acabar de asimilar que la comida sea gratis y
este ahí mismo, solo hay que cogerla y cocinarla. En mi caso no está ni el
fruto del trabajo duro, es solo que es cojonudo sentir la simplificación de esa
cadena que implica alimentarse en una ciudad.
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No sé si es algo ancestral o qué, pero hay una alegría
intrínseca a poder alimentar a gente que aprecias. Tener alimento que has
plantado tú, tener más del que puedes consumir, y poder regalarlo a conocidos
es un placer. Ahí comprendo a mis abuelos, llegando cada semana con cajas de
verduras para repartir entre los hijos. Haciendo oídos sordos a las quejas de
los hijos que les dicen que no traigan tanto. Que digan lo que quieran, no se
hace por ellos, se hace por uno mismo. Yo, ser humano, he generado alimento, y
te lo entrego como obsequio de aprecio, para que te alimentes. Es la ostia!!
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Y ya no solo conocidos, a veces llegaba a casa y
vería en la calle gente que pasaba cuchicheando sobre los chayotes que colgaban
del muro hacia la calle (la puta chayotera es inmensa). Y sin pensarlo les decía
que si querían chayotes. Ellos me miraban como avergonzados de que les hubiera oído
hablar sobre el posible hurto, y desconfiando. Pero en seguida las decía que
entraran a casa y les daba una bolsa llena. Pura felicidad, deberían hacer una
terapia de esto.
En fin pues eso, que es mu bonico cultivar alimentos, y disfrutar
de todo lo que descubres con ello. Y que ahora comprendo la felicidad de mis
abuelos y porque mi abuelo prefiere morirse antes que dejar su tierra e irse a
vivir a la ciudad.